sábado, 20 de agosto de 2011

El elevador (ejercicio)

Marcos


       Tan abstraída estaba en la lectura que ni se daba por aludida en cada tropezón que causaba o que le era causado por otros transeúntes en su travesía hacia el trabajo.
Casi con enfermiza sumisión leía: “Alterado por el remordimiento  y la inquietud comenzó a trepar por las paredes, los muebles y el techo hasta caer con desesperación encima de la mesa.”
“Pasó un rato, Gregorio yacía extenuado: en la casa reinaba el silencio, lo cual era tal vez buena señal…”
Esa mañana, no abrió, como era su costumbre “Examinando las Escrituras diariamente”. El  pequeño libro lo dejó olvidado a un costado de la cama. Justo al lado de las pastillas que guardaba para conciliar el sueño cada vez que leía una obra que le causaba terror.
—Eres una masoquista –le repetía sin cesar su madre –Un día vas a amanecer muerta de un infarto de tanto que te concentras en  esos libros que te ponen como una gelatina de pies a cabeza.  No entiendo cómo hay gente que le gusta el sufrimiento y van por más.
Aunque podía, no contradecía para nada a la autora de sus días. Bien sabía  por su grado de conocimientos universitarios, que parte del masoquismo era apegarse al dolor para conseguir placer. Estaba convencida de que por ningún motivo, disfrutaría de humillaciones y castigos con tal de ser feliz y por lo tanto, no encajaba en esa calificación.
Además, que iba a sospecha su madre,  que parte de su resilencia  consistía en imbuirse en la  lectura para alejarse de  la realidad, o por lo menos tener a mano un antídoto contra la depresión que le causaba su alejamiento de Arturo.
La lectura de temas de suspenso  y los llamados programas televisivos de  “entretenimiento” en donde se digerían bichos raros, se introducían las manos en cajas repletas de tarántulas, se cubrían a algunos participantes con cientos de gusanos o culebras, mientras observadores idiotizados contemplaban en shock, se constituían en su refugio. En una cueva en donde Arturo dejaba de existir.
A Arturo lo conoció un año atrás en el bufete de relaciones públicas en donde llegó a realizar su práctica profesional. Más allá de enterarse de que era un hombre casado,  con dos hijos y unos 13 años mayor que ella, se enamoró perdidamente de él. Le fue tomando tanto aprecio y amor, que la arrastró no solamente a bajar en estima a Roberto con quien estaba comprometida para casarse, sino también, a insinuársele y a entregársele a aquel creativo que fue llenando su vida como nadie lo había logrado.
Y claro que ella también se constituyó en el soporte emocional de Arturo, una vez que por su desempeño, la contrataran en el lugar aún sin la presentación formal de su título universitario.
Ella y Arturo, en la intimidad de hoteles y otros lugares de encuentro, se habían fusionado en un amor tan  profundo que al final los desgarró a ambos. A él, que por ser un hombre cien por ciento dedicado a su hogar, jamás echaría  a un lado la estabilidad del mismo aunque tuviera que sacrificar con ese principio, un trozo de su alma. A ella, porque ya no visualizaba su vida sin élsaturando cada momento de sus días y sus  noches.
Y ahí estaba, cerca y alejada por mutua decisión del hombre que amaba a más que nada en el mundo. Dispuesta a proseguir una vida con Roberto y alejándose de escritos como “La Barraca”,
“Tu sola en mi vida” “Trafalgar” “Tabaré” y otras, para irrumpir en selecciones más impactantes y retadoras frente a su desnutrido ánimo.
Es posible que alleer “El Tunel” de Sábato, se hubiese reprogramado mentalmente para que lecturas duras, le sirvieran de antídoto para no perpetuar los recuerdos de su nube negra con Arturo.
Muchas noches quiso ser el Castel de Sábato y asesinarse ella misma una y otra vez. Después se convirtió en lectora incansable de Poe, Gordon Aalborg, KinseyMillhone,Dick  Francis, Robin Cook y otros, que según ella,  le ayudaban a forjar una conducta de vida adecuada para calmar sus  atormentados sentimientos.
De esa manera, dispuesta a comenzar un nuevo día de labores penetró al ascensor del edificio de 49 plantas en el que laboraba.
Bajó el libro que leía para no tropezar con el piso del elevador. A esa hora venía en la nave una pareja que con seguridad provenían de los estacionamientos subterráneos. Tanto el hombre como la mujer eran personas muy elegantes y calladas. La puerta se cerró y ella se concentró en mirar las luces que iban marcando los pisos   a medida en que subían.
Llegando al piso 35, el elevador dio un pequeño movimiento y la estancia quedó totalmente a oscuras. —Qué raro que la planta eléctrica de emergencia no funcione —se dijo  —Ojalá que no nos quedemos encerrados por mucho tiempo porque esto si me altera – pensó mientras se aflojaba la bufanda.
Tras diez minutos de estar allí sin ni tan siquiera escuchar a sus acompañantes, fue percibiendo una sofocante sensación de calor y un olor extraño a grillos, a cucarachas, a escarabajos y un sinfín de insectos.
A la mente se le vino a la imagen del Gregorio de su lectura. Se lo imaginó con la viscosidad de sus patas y la fortaleza de sus mandíbulas. El nerviosismo la fue envolviendo, quiso gritar pero al intentarlo sintió que unas solidas tenazas le estrangulaban  con gran rapidez y que su ropa era devorada mientras dolorosas punzadas le laceraban la piel. Pensó en las veces que se había besado furtivamente con Arturo en ese ascensor. Pensó en su madre y lo mucho que la quería y también recordó a Roberto haciendo sus planes para la boda mientras ella garabateaba la forma de firmar su nombre de casada. Se culpó de no haber leído nada ese día de su libro de asistencia
“Examinando las Escrituras diariamente “ y así cavilando fue perdiendo la noción del tiempo y de las cosas.
A la hora de restablecerse el fluido eléctrico una joven entró al elevador y vio tirado en el piso un pequeño libro en cuya portada de verderibete  se leí: “La Metamorfosis” Franz Kafka.
—¿A quién se le habrá caído? Con el temor que la fueran a ver guardando en su bolso aquella pertenencia que consideraba ajena,  comentó para sus adentros, ojala que esta lectura, que ni me imagino de qué  trata, me pueda ayudar a olvidarme de Eduardo, de su mujer y de sus hijos aunque sea por un segundo…

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