sábado, 20 de agosto de 2011

Cosas del destino (ejercicio)

Pandora

Por fin había llegado su hora. Paula había estado luchando con la burocracia japonesa desde hacía dos años y medio. Pero había valido la pena. El siguiente martes se embarcaría con destino a Shiroishi-Japón, para una estancia inicial de cinco días, luego volvería con los contratos para una instancia de medio año.
Aquella noche, cuando Paula recostó su cabeza sobre la almohada, no pudo parar de recordar las infinidades de vueltas que el consulado oriental le había hecho dar por nada; sólo para repetir documentos.
—Menos mal que mi jefe es paciente, por lo contrario, ya estaría en la calle. —pensó ella con una sonrisa cariñosa antes de cerrar los ojos.
Trabajaba para su padre, desde que había terminado la carrera y su hermano, aventurero, había escapado de la responsabilidad de asumir el negocio familiar. Sí, de aquello hacía siete años. Había vuelto a estudiar idiomas; inglés, francés, alemán y japonés.
Sin embargo, su hermano acabó en Japón y allí conoció a su esposa.

Sus padres nunca habían aprobado dicho matrimonio, mismo porque no conocían a su nuera más que por fotos, así como a sus dos nietos varones. Pero, todo era perdonable al varón, ya que el joven se había responsabilizado en ser un jefe de familia ejemplar. Y ahora que les proponía un negocio muy lucrativo, todo estaba olvidado, para consternación de Paula.
Había pedido a su hermano que le reservara hotel, visitas turísticas y todo lo que pudiera hacer en la ciudad de Shiroishi. En su agenda personal, tenía pintado en rojo el horario y el día de las entrevistas con los dos primeros clientes-proveedores, luego una larga raya diagonal y escrito en letras grandes “Diversión y Libertad”.


Así llegó el día “D”, y Paula se embarcó con destino a Japón. En el aeropuerto le esperaban el hermano acompañado de su esposa; una mujer menuda con una melena negra presa en una coleta alta; y sus dos hijos de tres y cinco años.
Detrás de los abrazos, besos y presentaciones, fueron al Pacific Hotel Shiroishi, donde decidieron cenar en familia.
Su cuñada estaba siempre pendiente de su marido; tanto que llegaba a ser molesto; también de sus hijos, extremadamente educados, a pesar de la poca edad. Casi agradeció cuando se despidieron con la disculpa de que se levantarían temprano al día siguiente.
Paula los acompañó hasta la salida, dio un beso a cada niño, que parecían gemelos, y a su cuñada, que parecía mestiza con gran parte de las mujeres orientales. Luego subió a su habitación en la sexta planta.
Después de cerrar la puerta, respiró profundamente; sí lo había logrado, era la subdirectora de una franquicia japonesa en Europa y estaba decidida ser la única capaz de lidiar con los japoneses. Fuesen machistas o no, era ella la única persona capaz de solucionar sus problemas en los dos continentes.
Pensando así, se dio una buena ducha y se recostó sobre la cama con los contratos en mano y quedó dormida.
Al día siguiente, como estaba previsto, su hermano la fue a buscar muy temprano. La llevó al edificio de oficinas donde, casualmente se encontraban los dos clientes. Luego se marchó a sus quehaceres.
Paula pasó allí el día, primero esperando que le atendiesen, después explicando sus propuestas y afianzándolas con diapositivas, previsiones y carpetas llenas de números. Comió con los ejecutivos y después volvió a la carga. Ya al final de la tarde logró la firma del contrato.
Cuando salió su hermano la esperaba.
—¿Difícil negociación, hermanita? —le preguntó su hermano en tono burlón.
Ella soltó una exclamación entre dientes, apenas audible.
—Toshio quiere que vengas a cenar con nosotros. —intentó el hermano una vez más.
—La verdad es que, no estoy con cuerpo para celebraciones. ¿Tienes idea de cuantas horas estuve delante de estos japoneses intentando persuadirles para que firmasen el contrato con nosotros? —caminaba con pasos cansados delante del hermano, de repente se paró y se volvió— Nunca pensaste en nadie más que en ti mismo. No pensaste en como sería mi vida después de cinco años dedicados a estudios, pues ahora llevo siete dedicados al trabajo. Mientras tú salías por el mundo a vivir sus aventuras en cuevas orientales, yo estuve levantando todo un imperio, el cual tú llevaras un buen pellizco cuando falten los viejos…
El hermano ya no conocía a la mujer que tenía delante, recordaba haber dejado una joven ilusionada por vivir una vida llena de aventuras como la que vivía él, su héroe.
—¿Qué te ha pasado Paula? ¿Tanto daño te he hecho con mi partida? —fue cuanto pudo pronunciar.
Ella le dio la espalda y siguió caminando. Ya no hubo invitaciones, ni palabras de afecto, ni de cariño, hasta que el coche paró el motor delante de la portería del hotel.
El hermano iba a decir algo, pero ella se adelantó.
—Mañana no hace falta que vengas a buscarme, ya he pedido que me mandasen un taxi desde las oficinas, así podré ir a la peluquería del hotel y salir un poco más tarde de aquí. —abrió la puerta del coche, pero antes de salir remató la faena— Agradece a Toshio por lo de la cena, pídele disculpas y da un beso a los niños. Ya te llamaré antes de volver a Europa.
Se apeó y cerró la puerta, luego desapareció en el interior del hotel, sin siquiera mirar atrás.

Al día siguiente, se levantó muy temprano, salió ya preparada al pasillo, decidida a bajar a la peluquería del hotel. En las manos llevaba una carpeta ejecutiva y unos cuantos tubos con los proyectos.
—¡Baja! —dijo ella al ver que la puerta del ascensor se cerraba.
Por suerte, un hombre de mediana edad, con un reluciente traje azul marino, la había escuchado y había sujetado la puerta.
Ella entró, saludó a los demás miembros de la comunidad del ascensor y agradeció al hombre por el detalle de esperarla.
El oriental sonreía y balanceaba la cabeza para adelante y para atrás, hablando un japonés muy rápido. Ella sólo pudo captar unas cuantas palabras; anoche, temblores y terremoto.
En aquel momento, el ascensor se paró en seco y quedaron a oscuras por breve momento.
Mientras tanto, el japonés seguía hablando y hablando. Las otras dos personas presentes en el ascensor, también comenzaron a perder la inhibición y empezaron todos a hablar a la vez.
A Paula le giraba la cabeza, se sentía mareada y con ganas de vomitar. Sentía las manos frías y a la vez le acaloraba la ropa. De repente, alguien le tocó el hombro, lo que le hizo sobresaltar.
—¿Estás bien? —era el hombre de mediana edad.
—No. No estoy bien. No me gusta estar encerrada. —contestó ella.
La mujer que estaba alojada en la última habitación de su pasillo y que se encontraba en el ascensor se acercó, y con un acento francés le dijo que todo iría bien.
Junto a la mujer, estaba un joven oriental de unos veinte o veintiuno años, con apariencia de ser un gigoló.
La vista de Paula ahora estaba borrosa. Los nervios le jugaban una mala pasada. Sintió una mano suave limpiarle la frente con un pañuelo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó con dificultad de respirar.
Fue la mujer con acento francés quien le contestó.
—Sólo es un terremoto, querida, aquí esto es frecuente. Estamos siempre en movimien…
Antes que pudiera terminar la frase, otra sacudida. De esta vez, más fuerte que la anterior. Se podía sentir al ascensor tocar las paredes laterales de su habitáculo.
Luego hubo un aflojo automático de cables y el ascensor descendió por lo menos un piso y volvió a parar bruscamente, lanzando a todos al suelo.
Paula en un ataque de nervios, comenzó a gritar que la sacasen de allí. Fue el hombre de mediana edad, quien se arrodilló a su lado.
—No hay por que preocuparse, vendrán en seguida. —le dijo.
No, no era lo bastante para Paula que, no había vivido su vida, ni la viviría, por que estaba allí, encerrada. No tenía amigos, ni un novio. Sólo tenía a un padre cegado por el dinero, una madre, cegada por su hijo varón, y un hermano que en día anterior, había maltratado. —¿Quién me va a llorar? —pensó Paula para si misma y su desesperación fue en crecimiento rápido.
Se incorporó y comenzó a golpear la puerta de acero revestida de madera, implorando que la abriesen y la dejasen salir.
El hombre de mediana edad intentó sujetarla, pero ella se soltó y lo esbofeteó.
—No me toques. —le advirtió con el dedo índice pegado a la nariz.
Luego fusiló a los demás con un fuego latente en la mirada. Silencio. Todo era silencio.
Volvió a golpear la puerta con más insistencia.
Ya agotada, Paula se dejó caer en el suelo del ascensor. No sabía cuanto tiempo había pasado, pero se sentía agotada.
De repente alguien abrió una pequeña brecha en la puerta y el aire fresco penetró en el cubículo. Era el personal del hotel y el hermano.
—¿Paula, estas bien? —preguntó el hermano.
—No, necesito salir. —fue su respuesta en forma de un leve susurro.
Lograron abrir la puerta del ascensor con mucha dificultad, y el hermano la cogió en brazos, la llevó a su coche y se marchó, sin importar si había o no cerrado el contrato. No miró para atrás ni siquiera para ver si los demás estaban bien.
—¿Qué haces? Tengo una entrevista. —dijo ella, pero se calló al mirar su alrededor.
En los escasos quince minutos que Paula había estado encerrada en el ascensor, se había desatado todo un desastre en Japón. Era el principio de un fin, o el principio de un nuevo principio.
Paula logró escapar del desastre que abrazó a Japón, gracias a su hermano que, persistente, le fue a buscar aquella mañana.
Después de aquél episodio, vinieron muchos otros y sucesivos y peores, pero hoy Paula está en Europa, junto con su hermano, cuñada y sobrinos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Redacta o pega abajo tu comentario. Luego identifícate, si lo deseas: pulsa sobre "Nombre/URL" y se desplegará un campo para que escribas tu nombre. No es necesaria ninguna contraseña.