sábado, 20 de agosto de 2011

Ejercicio de agosto

Popea

«Ay, no, no”, Julia aprieta histéricamente el botón de cerrar las puertas cuando ve a Valerio entre el montón de gente que se apresta a subir al ascensor. Las tres personas dentro del ascensor la miran con miedo. Y Valerio acaba de divisarla, atropella al montón de gente delante de él, se hace paso repartiendo maletazos, suda, se agita, le dan palpitaciones, le va a dar algo. Pero llega. Ufff.
“!Julia! ¿No me viste?”, le dice con esa cara de perro mojado que siempre ponía cuando quería conmoverla. Y antes la conmovía, pero ahora le irrita. Sin embargo le sonríe, y piensa “¡qué fastidio!”. “Hola, Valerio. Estoy apurada, viste que ya son ocho y diez”. El sigue con la cara de perro mojado. Cada vez la saca más de quicio (“¿Cómo pude soportarlo tanto tiempo?”). “Sí, Valerio, yo también trabajo, ¿sabés? Yo sé que nunca lo entendiste muy bien, pero yo también trabajo y disfruto de lo que hago, vos no sos el único”.
Julia se acomoda más hacia el rincón posterior izquierdo, entre un anciano con bastón y, probablemente, su esposa, que se abre un poco para darle lugar a Julia. Valerio sigue justo frente a la puerta, allí donde quedó como petrificado por las palabras de Julia: “Hola, Valerio. Estoy apurada…”. Piensa para sí mismo: “Después de tanto tiempo juntos, todo lo que hice por ella, por amor a ella, ¿no me puede dedicar cinco minutos? Aunque solo sea para contarme como ha estado durante estos siete meses. Yo sé que quedamos en tomar distancia. Ya me parece más que distancia que haya cambiado su número de teléfono fijo y del móvil. Ahora, que me cruce en la calle, o en un ascensor, y no me pueda dedicar cinco minutos…”. Pero permanece en silencio.
Ella le adivina los pensamientos, seguro que adivina. “Si lo conozco como a la palma de mi mano, ¡ja!, está soñando si se piensa que me puede engatusar de nuevo, ¡voy a caer de nuevo en la misma y todo!”. Y se adelanta nuevamente, como tomando impulso, hacia el centro del ascensor. La pareja de ancianos se abre, cada uno hacia rincones opuestos. Las ocho personas restantes se distribuyen contra las cuatro paredes. Ella toma posesión de la escena y arranca de nuevo: “La verdad es que hoy no tengo ni cinco minutos. Si querés nos vemos otro día, cuando a me quede bien, no cuando a vos te cuadre”. (“Si, pero si ni siquiera tengo tu teléfono…”). “Más te digo”, sigue ella, “Si querés pasate por el brindis que me hacen el jueves a mediodía. Es en el octavo piso, al lado de la oficina de Maga”. “¿Te enteraste que me ascendieron?”. (“No, Julia, ¿cómo me voy a enterar si nunca más me pude comunicar contigo?”). “Sí, al final parece que yo no era tan negada como parecía, ¿no?, porque me dieron el ascenso y no te imaginás la fiesta que me hicieron. ¿Te acordás de cuando íbamos a tus fiestas de trabajo y tus compañeros se interesaban por lo que yo hacía y vos los cortabas como para que no perdieran el tiempo hablando de pavadas? Bueno, gracias a esas pavadas hoy tengo un ascenso, tan negada no sería, digo yo”. (“¿De qué estás hablando, Julia? Nunca en la vida pensé que eras negada ni que lo que hacías fueran pavadas. Bueno, lo que sea que hacías”). “Bueno, ahora me hacen un brindis, una cosa chiquita, pero a lo mejor querés venir a poner tu cara de aburrido cuando alguien habla de mi trabajo”. “¡Ah! Y a lo mejor ahora que tengo un ascenso no te daría tanta vergüenza presentarme a tu familia y a tus amigos de la infancia. ¿O era porque nunca tuviste la menor intención de tener una relación a largo plazo conmigo? ¿Sabés qué? Poco importa. Ni vos debés saber la respuesta. No te culpo. Mirá que no te recrimino nada. Solo que hoy no tengo cinco minutos”.
El sigue exactamente a la entrada del ascensor, justo en el medio, distorsionando la línea que separa las dos hojas de la puerta del ascensor. Con las piernas entreabiertas, el pubis algo hacia adelante, el brazo derecho ligeramente separado del cuerpo, con el maletín en la mano. Ese gesto con el que reaccionamos cuando vemos a alguien que nos da mucha alegría ver y a quien esperamos levantar en un fuerte abrazo. Pero él se quedó sin abrazo, sin alegría, y sin mucha reacción. Sin reacción motora, al menos, pero le pasan por la cabeza un millón de recuerdos a la vez: Julia sonriendo, Julia feliz, Julia llorando, Julia enojada. Julia sonriendo, casi siempre sonriendo, hasta que de pronto, un buen día, de la nada, le comunica que no quiere seguir con él, que no hay futuro. No hay más nada que decir. “Lo siento Valerio, es así y tenés que aceptarlo. Es mejor que tomemos distancia para no hacernos daño. Yo te quiero pero tengo que salir adelante”. (“Y nunca le presenté a mi familia, cierto”. ¿Por qué nunca le presenté a mi familia a esta mujer maravillosa, inteligente, divertida, cariñosa…? Pensar que sí les presenté a aquella española asquerosa… “).
Valerio vuelve al mundo terrenal, al ascensor. De pasada se percata de que el ascensor está bloqueado entre el quinto y el sexto piso.
Y Julia vuelve al ataque. “¿Por qué maldita coincidencia nos teníamos que encontrar en el ascensor? ¡¿Y por qué maldita razón nos tuvimos que conocer en el casamiento de Mimi?!”. (¡¿Qué decís Julia!? ¿¡De dónde sale toda esa furia?!). “Julia…”, se atreve a murmurar. El auditorio, al unísono, se acerca  unos milímetros y dirige una de sus orejas hacia el centro de la escena, lo justo como para escuchar un poco mejor sin invadir el territorio de Julia y Valerio. O el territorio de Julia, donde Valerio irrumpió desafortunadamente.
“Julia…”, repite él con la voz quebrada. Los ancianos se cierran la mano, a ella le caen unos lagrimones. Una joven sobre el lado derecho pone su mano extendida en su pecho e inclina la cabeza hacia la derecha. Los otros impávidos, expectantes más bien. “!¿Qué?!”, responde ella. “¡¿Qué me querés decir ahora?! ¿No te expliqué que estoy apurada?”. “Julia, no sabía… Disculpame. ¿Es muy tarde para que lo hablemos en algún momento?”.
El ascensor se desbloquea. Julia sale como estampida. Espera que sí, que ya sea muy tarde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Redacta o pega abajo tu comentario. Luego identifícate, si lo deseas: pulsa sobre "Nombre/URL" y se desplegará un campo para que escribas tu nombre. No es necesaria ninguna contraseña.