sábado, 20 de agosto de 2011

Encerrados en un ascensor (Ejercicio)

Benita Lar

Estaba distraído, no recordaba en qué momento ingresó al ascensor.
Realmente una gran distracción, sufría de un principio de claustrofobia que sin llegar a ser pánico, por lo menos lo ponía realmente incómodo en lugares pequeños.
Con él iba una mujer entrada en años, algo desaliñada, con el ceño fruncido y un olor a cien cigarrillos fumados en lo que va de la semana, y era martes.
Había un pequeño con un oso de peluche maltrecho. Le sorprendió que el niño fuera solo. No se veía asustado, en realidad parecía que ese viaje era un mero trámite a lo largo de su día.
Iba una linda damita con ojos soñadores y una sonrisa suavemente dibujada en el rostro; finalmente, un caballero de traje y corbata que miró de reojo a la mujer hedionda.
Aunque el ascensor era amplio, el último pasajero, el caballero, hizo que sintiera que  mermaba considerablemente el espacio, con una leve inquietud disimulada buscó la placa que indicaba la capacidad del artefacto: 8-17 personas / 550-1150 kg.
Casi sin notarlo comenzó a divagar sobre la dieta que nunca emprendía. No es que estuviera demasiado excedido, solo quería sentirse mejor, calculó rápidamente el peso del resto del pasaje y concluyó que no habría problemas.
En eso estaba, cuando escuchó un sonido similar a un globo desinflándose y luces parpadeando, quedando encendidas solo las de emergencia.
―¿Qué pasó? –Nancy, la linda damita.
―¡Ah! –Marta, la olorosa.
―¿Qué va a ser? Se paró el ascensor –Néstor, caballero poco caballero.
―Nmf –Marquitos
―... –él.
Comenzaron a mirarse entre disimulados y expectantes.
―¡Madre de Dios!, espero que no sea para rato –Marta
―Este Gobierno. Sigan, sigan regalando las empresas y todo se va al carajo ―Néstor- Ya regalaron el petróleo y la energía, hace un par de años el agua, ¿qué más van a sortear? Y así estamos, con cortes por toda la ciudad en especial cuando hace más calor. ¡Mmnnj!
Nancy ya tenía desdibujada la sonrisa y sus ojos no soñaban, por el contrario, estaba alerta y nerviosa.
Él se inclinó hacia Marquitos y le preguntó si alguien lo estaba esperando. Marquitos lo miró, pero no respondió; había algo desafiante en la tranquilidad del niño.
Aun mirando el reloj, esa situación era digna de considerarse como suspendida en el tiempo, parecía que habían pasado 5 min. cuando en realidad todo fue en un suspiro.
Se acomodaban, hacían movimientos, alguien suspiraba, alguien se tapaba la nariz.
Comenzó a incomodarse.
Necesitaba con urgencia que el corte terminara de una vez, ya estaba viendo venir los signos de pánico. Comenzó a acelerarse la respiración, el pecho estaba bajo presión, el corazón se apuraba.
El olor a encierro lo estaba por ahogar, el olor a cien cigarrillos lo estaba asqueando, el perfume barato de Nancy lo empalagaba, el mentol de Néstor lo asqueaba y la suciedad del osito de Marcos le repugnaba.
Se había ubicado cerca de la botonera, pero al detectar los síntomas fue retirándose hacia atrás del ascensor, lentamente, casi con miedo a ser descubierto en su debilidad.
Con cada paso que daba, chocaba con alguno, el tufo de Marta se le impregnó, los nervios de Nancy lo invadieron, el malhumor de Néstor lo atacó.
Marta, Nancy Néstor, se giraron hacia él, con voces urgentes y destempladas, casi pisándose las frases.
―Espero que no te largués a llorar.
―Por favor, tranquilo, ya va a pasar.
―Ja, lo que faltaba, un maricón.
Todo se estaba desfigurando, las proporciones comenzaron a alocarse, veía que hablaban  pero él ya no escuchaba.
Solo Marquitos lo calmó, tomó suavemente su mano y juntos llegaron a la pared posterior del habitáculo.
Cerró los ojos, respiró, presionó sin lastimar la mano de Marquitos, volvió a respirar y se fue a un lugar lejano, sin nada alrededor, solo una inmensa, tibia, oscura y mullida burbuja de silenciosa nada.
No supo cuánto tiempo transcurrió, solo respiraba y sentía la manito tibia que lo acompañaba, se escuchó un suave silbido y el ascensor se elevó.
Abrió los ojos, buscó el espejo de un costado para recomponer su aspecto.
El ascensor se detuvo, se abrieron las puertas y frente a ella estaba esperándola el Dr.
―Teresa, ¿estás bien? Se cortó la luz y temí que vinieras en ascensor.
―Sí, Doc, todo bien, no se preocupe, pero creo que por hoy, la sesión ya la hice –ella salió del ascensor vacío.
Lo saludó con un beso y se dirigió hacia las escaleras tranquilamente.
El doctor volvió al departamento sorprendido pero sonriendo aliviado, cerró la puerta donde había una placa.
Dr. Lorenzo Frate.
Méd. Psiquiatra.
Especialista en trastorno
de personalidades múltiples.



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