sábado, 20 de agosto de 2011

Una jornada casi igual a otra (ejercicio)

Norberto

Al retirar la ficha del reloj, Rogelio Brizuela vuelve a comprobar que las 7.41 horas impresas en la tarjeta no coinciden con las 7.38 que indica el panel digital del fichero. Lo observa en silencio a Palacios, encogido de hombros dentro de su cabina de resinas plásticas, que lo mira como diciendo qué querés que le haga sólo soy un vigilador y no tengo nada que ver con los relojes. Cuando encara por el pasillo hacia los vestuarios, casi choca con Juanita que avanza distraída haciendo equilibrio mientras sostiene una caja abarrotada de carpetas. Él se aplasta contra la pared para permitirle el paso. Kaplinsky quiere verte, le dice ella sin detenerse, antes que tomes tu turno, apurate. Rogelio está por preguntarle algo, pero Juanita gira e ingresa a las escaleras que llevan al Primer Subsuelo. A él le queda grabada la imagen de los largos collares de Juanita dando vuelta a la caja, como si los hubiera acomodado a propósito para soportar mejor el peso. Entra al vestuario, su casillero es el de la parte superior, el tercero desde la izquierda, en el último pasillo. Siente una especie de orgullo cada vez que, en puntas de pie, logra alcanzar la percha con el uniforme. Desde que reemplazaron a los antiguos, le tomó el gusto al gris claro y neutro de este nuevo, las franjas casi violeta en los puños, repetidas en las tapas de los bolsillos y en los botones y en la gorra. Antes de calzarse la chaqueta, va hasta el lavatorio a lavarse los dientes. Le causa placer el profundo sabor mentolado que le deja el dentífrico. Abrocha diestramente los botones frente al espejo. Kaplinsky, cierto. Son las 7.55, tiene que tomar el turno a las 8.00. Es poco tiempo, no resultará tan duro con el Jefe de Seguridad.

Buen día, Kaplinsky, dice respetuoso Rogelio apenas asomando la cabeza a la Sala de Control, me dijeron que usted quería verme. Alto, corpulento, el pelo casi rapado, una mirada acusadora, aspecto de escasa paciencia, con mueca de pocos amigos cuando le increpa de inmediato con tono subido: Volvieron a aparecer, Brizuela, esta noche, a las 3.07, el ascensor detenido en Planta Baja, con las puertas abiertas, fuera de uso. Kaplinsky señala hacia una pared cubierta de monitores que transmiten imágenes de otros tantos rincones del hotel, y continúa: Cuando llegó nuestro personal, el ascensor estaba vacío, registramos los archivos, le asegura con voz enfadada, se lo repito una vez más, Brizuela, y escúcheme bien, no salieron, aún se encuentran ahí dentro, así que espero que hoy haya venido bien despierto y dispuesto, no puede ser que usted, que se pasa diez horas por día en ese sucucho, nunca perciba nada de nada. Está bien, señor, lo entendí y le prometo estar atento, y a propósito, sigue marcando mal el reloj de la entrada. No tengo nada que ver con ese asunto, hable con Mantenimiento o con Personal, qué se yo, usted nada más tenga en cuenta lo que le digo, y me avisa inmediatamente cualquier novedad o sospecha, ¿me entendió, Brizuela?

Rogelio ingresa al moderno elevador, acciona la llave y por el intercomunicador dice: Son las 8.00, me hago cargo. Las puertas se cierran, comienza a escucharse de fondo una versión coral del Himno a la alegría, da la sensación de estar en una cabina presurizada, las cuatro caras del cubículo espejadas desde el piso hasta el cielorraso con infinitos ascensoristas junto a las teclas de múltiples tableros de control conformando mandalas que se abren y cierran en simétricos movimientos de aspiración e inspiración. El único ascensor del Herodes Hotel que llega al piso 45º, la cumbre de Puerto Madero, cientocincuenta metros por arriba de Buenos Aires. El Olimpo, dice una voz sensual que invade la cabina con su dulce cadencia mientras se separan las puertas. Las salas de relax, los sauna, duchas exóticas, masajes, depilación, manicura, las costas de Uruguay, la textura de las nubes, el mirador de las estrellas, el olor del cielo. Roberto, el encargado de este paraíso, desde el medio del pasillo le muestra el puño con el pulgar levantado, ya está listo el escenario, puede traer a las visitas. La música funcional aporta un lejano elevarse de voces, y a continuación el lamento de un violín solitario y lejano que va creciendo.

Planta Baja, repite la voz de la misma doncella invisible con un hueco pronunciado entre las dos palabras que le otorga cierta gracia al escueto mensaje. Difícil que llamen antes de las 8.15. Los tres últimos días los avisos llegaron del 18º. Las dos hermanas belgas que están aprendiendo a bailar tango. Puntuales. Hablan en inglés, idioma que Rogelio domina lo suficiente. Esta vez no resultan ser ellas las primeras, titila el botón del 31º. Durante la silenciosa subida se acuerda de Kaplinsky. Inspecciona detenidamente las paredes y las puertas y los simétricos rincones. Nada más que espejos unidos a espejos, sin sostenes visibles, sin huecos, sin fisuras, todo un perímetro de reflejos, de diedros y de triedros y más mandalas en esos dibujos que conforman. Una felpa espesa rellena los huecos entre las hojas de las puertas y el marco reforzando la hermeticidad del reducido ambiente. Se reconoce en su imagen invertida, inclina la cabeza como para oír mejor. Apenas el zumbido casi inaudible del motor que desaparece cuando el piso se detiene y la onda del frenado le recorre el cuerpo subiendo desde los pies hasta la nuca. Bonjour, le saluda un travesti vestido con una bata de gruesa y espumosa toalla amarillo rabioso, babucha y bolsa roja, revolea los ojos y le dice: Olimpo, s`il vous plait, sacudiendo las pestañas postizas y acomodándose en el extremo opuesto, acerca las manos al rostro para inspeccionar sus largas uñas, todas pintadas de negro igual a las de los pies, que sobresalen entre las tiras de las sandalias. A través de algún reflejo, Rogelio percibe que no deja de observarlo durante el trayecto. No logra suspirar de alivio cuando las puertas se deslizan, porque el estrambótico personaje se inclina hasta rozarle el oído para susurrar artificiosamente: Je suis seul, 3134, je vous souhaite la nuit, mon amour, y le pellizca la nalga antes de bajar. La cabina queda impregnada de su perfume.

8.29
Piso Treinta y siete.
El matrimonio sesentón de pampeanos que viene a festejar sus cuarenta años de casados según ya le contaran durante otros viajes, ingresa con acelerado ímpetu. Ambos le hablan en forma simultánea. Al Olimpo, dice ella. A Planta Baja, dice él. A ese no le hagas caso, ella lo mira con un guiño cómplice, vamos, andá, derechito al cielo sin parar. Que a mí me llevás a desayunar primero. Al Olimpo, ella. Abajo, él. Rogelio mira para otro lado, no quiere encontrarse con sus miradas y que lo obliguen a participar, ya le pasó el otro día y no va a permitir que se repita. Arriba, insiste ella en voz más alta, ahora increpando al marido. Abajo, reitera él, conciso, sin amilanarse. Rogelio gira la llave y la retira del panel de control, respira hondo, sale del recinto, da unos pasos por el pasillo alfombrado con inmensas flores y arabescos, en este piso predominan el ocre y el verde. No se aleja demasiado, apenas tres pasos muy cortos, le cuesta horrores abandonar ni siquiera segundos su puesto de trabajo, hasta le tiemblan las piernas, no está acostumbrado, le traspiran las manos y la frente. Te digo que mejor primero un baño turco, continúa ella ahora con un tono algo apaciguador, un rato de sauna y pileta, después bajamos relajados. Y yo te digo que no, mujer, que ya me conocés y no funciono sin las tostadas y el café con leche. Zumban las llamadas, en una de esas los botoncitos titilando y los zumbidos les provoca un poco de culpa, entonces la pareja coincide en una tregua, salen al pasillo. En un rato te llamamos otra vez, dice ella resignada. Sí, en un rato, agrega él, en cuanto nos pongamos de acuerdo. El piso del ascensor se le hace tierra firme. Las veces anteriores no se deben haber puesto de acuerdo, al menos entonces no regresaron.

Beethoven le deja el paso a Mozart, Rogelio siente que los movimientos de Pequeña Música Nocturna lo elevan a pesar de encontrarse descendiendo a buscar pasajeros al 7º. Suena el intercomunicador y Juanita le pregunta: ¿Alguna novedad? Él dirige el rostro hacia donde sabe se encuentra la cámara por detrás del espejo, le guiña un ojo: ¿Tu jefe otra vez? Está preocupado, contesta la voz de Juanita, todos andan con los pelos de punta, imaginate, ya van tres días y nada. Vos quedate tranquila, si veo algo te chiflo. Piso Séptimo, a Rogelio le causa gracia cómo la voz pronuncia sép-timo, con un ligero hipo intermedio, igual que en planta-baja. Sube Geraldine, una mucama que carga dos bolsos enormes. Arriba, le indica con un suspiro y con el movimiento de los ojos, a los de la 718 se les ocurrió que, de ahora en adelante, les lleve yo sus bártulos y se los prepare así ellos suben cuando está todo listo; y además, me van a avisar cuando terminen para que me vuelva a ocupar de regresar sus cosas a la habitación y ordenarlas y me encargue de enviar lo sucio a Lavandería, te aseguro que en cuanto deje estas porquerías me voy a hablar con el delegado, no sé si me corresponde hacer todo esto, la gobernanta me dijo que tengo que hacerlo pero claro, es ella la que se lleva una cuantiosa propina, decime ¿qué te parece…? che, pero cierto, con la bronca por la maldita 718 me olvidaba que este es el ascensor del que todos hablan, te vas a volver famoso, dale, contame, ¿viste algo vos, es verdad lo que dicen?
El Olimpo, suspira la voz melosa, y a continuación un suave chistido desliza las puertas espejadas.

9.17
Piso Treinta y nueve.
¿Por qué razón asocia siempre a los italianos con los brasileros?
A te ti sembra farli caso a quest´uomo?, pregunta ella al marido.
All´Olimpo per piacere, le indica el marido al ascensorista. Mi é sembrato di fiducia e si not ache conosce abbastanza Buenos Aires, a quella gente devi farli caso, le responde a la esposa.
Tuttavia, mi hanno assicurato che nella strada Murillo si compra a basso prezzo e che ho trovato miglior qualitá, e di non fare caso a quello che dicono  i  guide, vanno a comissione e ti portano dovunque, perche gli conviene.
Murillo, Murillo…, rezonga él, vai a sapere dove, Florida e qui vicino, a pochi blocchi, possiamo andare a piede, passiamo per Plaza de Mayo, bebiamo caffé nel Tortoni.
Dicami, le requiere ella a Rogelio sacudiéndole la manga, lei sa come arrivare da Puerto Madero alla strada Murillo?
Claro, los brasileros son tan dicharacheros y gritones como los italianos.

10.21
Piso Once.
On-ce, otro huequito. Y Kaplinsky. Lo siguen Burdizzo, su segundo, Arrieta, de Personal, y Juanita, que le esquiva la mirada y se ubica detrás de los hombres. Kaplinsky aprieta el botón de Planta Baja y le dice: ¿Y, Brizuela, vio algo, escuchó algo durante estas horas…? Nada, responde Rogelio muy seguro de sí mismo, nada más que lo normal. ¿Y para usted qué es lo normal?, lo increpa Kaplinsky. El zumbido, responde rápido el ascensorista, quien ante la pregunta se considera en libertad para explayarse, ¿sabe que al zumbido no lo sienten los que suben por tan poco tiempo?, pero yo estoy aquí todo el día, le aseguro que escucho el zumbido sobre la música funcional, además percibo el hidráulico de las puertas, el golpe amortiguado de las frenadas, el sutil silbido de los arranques, la temblequeante estática del intercomunicador, el filtrarse del aire acondicionado... Pero ¿qué carajo me está diciendo? siguen aquí adentro, Brizuela, no me haga perder el tiempo y no hable pelotudeces, siguen aquí, asegura Kaplinsky sacudiendo la mano con el índice extendido hacia los espejos, es su deber mantenerse atento, se trata de su territorio, su responsabilidad, ¿me comprende, Brizuela? Le aseguro que lo comprendo, señor Kaplinsky, y permítame, ya que estamos, señor Arrieta, ¿le avisaron que funciona mal el reloj de…?
¡Brizuela!, grita Kaplinsky violentamente.
Planta Baja. Como dicen, lo salvó la campana.

11.32
Dos americanos, más exactamente de Washington DC. Visten las clásicas batas de baño del hotel, sobre las que brilla el escudo en color morado, usan gafas de sol muy oscuras calzadas sobre la frente.
No chance last night, dice el mayor de ellos agitando la mano en la que sostiene un periódico doblado, en la otra lleva una net book.
That union guy showed up again?, pregunta el otro, observando con curiosidad y sin ningún disimulo a Rogelio.
That’s right, the guy’s turning unmanageable, the contract fell.
So, shall we insist through Chile again…
Yes, but we won’t lose these contacts with...
El Olimpo. Ni siquiera la sugestiva voz seductora los distrae al anunciar el arribo al 45º. Descienden del ascensor, el pelado se detiene en el vano, lo encara a Rogelio y le pregunta sacudiendo la cabeza: Do you speak english?
Yes, I do, responde el ascensorista, orgulloso de conocer el idioma y de poder mantener una conversación con los yanquis.
How’s that story about some missing people in an elevator?
Será en otra oportunidad, Rogelio sacude la cabeza con lentos vaivenes, el americano no se da cuenta de que lo hace siguiendo el ritmo del Allegro Primavera. El barrido de las puertas muda el escenario. Después del mediodía cambia la programación, lo que resulta una pena ya que durante casi toda la tarde abusan con temas centroamericanos muy orquestados. Él prefiere los clásicos matutinos, conoció este tipo de música gracias al nuevo ascensor, se le abrió una puerta a otro mundo. Y es por las tardes cuando tantas veces se pregunta con qué criterio alguien elegirá tal o cual música para determinada hora del día.

13.00
Primer Subsuelo.
Comedor del personal.
Rogelio acaba de finalizar su tarta de ricotta y calabaza. Entonces se asoma Kaplinsky, de haberlo hecho un rato antes le hubiera interrumpido el apetito. Se asoma por la mampara, nada más lo mira fijo, espera en silencio y se vuelve bruscamente en cuanto Rogelio encoge los hombros y le ofrece una mueca de resignación que evidentemente no le cae nada bien.
Mejor que no te lo pongas en contra, le sugiere Clarita de Compras, que se acaba de sentar en la mesa de al lado con una ensalada de frutas y cuatro minúsculos envases repletos de globulitos homeopáticos. No le hago demasiado caso, le dice él despreocupado. ¿Y…, se inclina entonces ella hasta su mesa en actitud conspirativa y hasta baja la voz para seguir hablando, se sabe algo de los prófugos, los volvieron a ver, sabías? No sé nada, Clarita, niega él con tono quejoso, tenés que hablar con los de Seguridad. Pero, vuelve ella a la carga, ¿acaso no pasó todo en tu ascensor, y dicen que continúan ahí encerrados? A mí apenas me lo contaron, se defiende Rogelio, yo no estaba ahí cuando dicen que sucedió, no vi nada ni tampoco me mostraron las grabaciones, ¿qué querés que te diga? Me aseguraron que está todo filmado, que no hay dudas, insiste ella. Yo no sé nada, Clarita, no me confundas vos también.

14.53
A Tobías Ferguson lo conoce como uno de aquellos clientes especiales. Siempre recurre a sus servicios cuando alterna en el hotel y viene sin la esposa. Senador de Formosa, católico, miembro del Opus Dei, con una posición tajante en contra del aborto, acérrimo postulante de que la escuela pública incorpore materias religiosas y vuelva a instalarse el servicio militar obligatorio. Llevame al 29, le dice con su sonrisa de enormes dientes blancos, el cabello ondulado húmedo. En el 40 bajan las otras pasajeras, tres jóvenes alemanas que no hablan una palabra de castellano y ahí corren por el pasillo dentro de sus batas blancas. Ferguson se le acerca, le coloca la mano sobre el hombro, y le dice con mucha confianza: Conseguímela a la Chloe para esta noche, pero a ninguna otra, no me hagas como la última vez que me mandaste a ese bagayo. Señor, yo le expliqué entonces que la Chloe estaba de viaje, se defiende Rogelio con aplomo, las únicas disponibles eran la Rusa y Cenicienta, usted no quería saber nada con la Rusa, ya había escarmentado, y se entusiasmó con Cenicienta, ¿se acuerda que hasta quiso que llevara la cesta de mimbre y pastelitos?, pero no se aflija, senador, la Chloe a las 22.30, ¿cuál es el número de su habitación? Piso Veintinueve. Veinti-nueve. Y decile a la Chloe que no se vaya a olvidar de los aparatitos, agrega el senador guiñándole un ojo. Ahí está, Amazonas, de Wanderley, lo dicho, muy superior la selección musical matutina.

15.17
Piso Cuarenta y uno.
La voz acentúa la e de cuarenta. Cuarén-tayuno. Otro tic gracioso.
Sube un matrimonio con dos hijos adolescentes, el varón de unos quince, la hermana algo mayor. Planta baja, señala el hombre. La mujer se inclina sobre el marido para decirle algo al oído, mientras le gira el rostro hacia el ascensorista. La hija se acerca a ellos para escuchar. El chico lo observa a Rogelio, busca en el bolsillo de su campera y extrae una cámara digital, lo enfoca, el flash blanquea la escena. El padre le dice al hijo: Esperá, esperá, sacame ahora con él, y lo abraza a Rogelio cuando se vuelve a disparar el flash. Hubo que repetir con la mujer y la hija. Después tomarle al hijo con el padre y el ascensorista.
En medio del entusiasmo, ninguno de ellos escucha la dulce voz susurrando Planta Baja, con el hueco singular entre palabra y palabra. Las puertas se corren. Kaplinsky a dos metros, de frente, las piernas abiertas, los brazos cruzados sobre el pecho, puñales en los ojos. A un costado, dos vigiladores amenazantes, ambos con pistolas eléctricas al cinto. Brizuela niega despacio con la cabeza, alza un poco las cejas, estira el mentón hacia adelante, frunce los labios y abre las manos como diciendo qué se le va a hacer, más o menos la misma seguidilla gestual de hace un rato en el Comedor. La familia demora a propósito el descenso, quieren acumular datos para después contar la anécdota a sus amigos, ahora el hijo está tomando fotos del ascensor, de los bordes de los espejos, del piso, del tablero, del cielorraso, de su imagen y la del ascensorista repitiéndose en forma interminable una atrás de otra. Durante un enfoque se detiene, le resulta siniestra la pose de ese tipo con las piernas abiertas que ahora lo mira tan fríamente.

16.58
Piso Treinta y uno.
Descienden dos parejas, belgas, comparten una suite. Por el pasillo se acerca el travesti, ahora envuelto en un tapado blanco muy mullido, lleva botas rojas y una peluca platinada, apura el paso. Ignorándolo, Rogelio marca Planta Baja y el ascensor inicia el descenso.
¿Todavía nada?, inquiere notoriamente ansiosa la voz de Juanita por el intercomunicador. Él se dirige a la cámara oculta y responde con su mueca ya registrada: Nada. El jefe está furioso, comenta ella. En una hora me voy, agrega él. ¿Y qué le vas a decir?, se preocupa ella. Nada, si no tengo qué decirle, ¿o vos querés que invente algo? No te digo que inventes, aún intenta Juanita desde el otro extremo del sistema, no se trata de inventar…, pero explicame cómo puede ser posible que justamente vos no veas nada, están ahí adentro, te deben respirar en el cuello, vamos, no hay tanto lugar que digamos en tu cubículo.

17.55
El Olimpo. Casi la hora de salida, pero aún así a Rogelio vuelven a temblarle las piernas en cuanto Geraldine le pide que la acompañe. Ante la firme negativa, desciende ella a pedido de la señora de la 718 para buscar una pulsera que dejó olvidada en las sesiones de la mañana. Entonces esperame, le pide la mucama mientras ingresa al sector de Masajes, no me tardo, vuelvo enseguida. Él traba las puertas, sorpresivamente aparece Roberto y le pregunta: ¿Qué me contás de este asunto, qué creés vos, cómo pueden desaparecer así, esfumarse de golpe aquí adentro de esta cajita, volver a aparecer cuando se les canta, cómo hacen? Geraldine atraviesa otra vez el pasillo, agita la mano en un saludo fugaz, y entra en Manicura. Me enteré que te llenaron el ascensor de cámaras y micrófonos y sensores de no sé qué, y más cámaras lo graban por afuera de arriba y de abajo, no se los vio llegar por ninguna pantalla, sin embargo los captó la del interior del recinto, es una película de terror. Geraldine sale ahora de Manicura, duda unos instantes y entra en Ozonoterapia. La Dirección y los miembros del Directorio están convulsionados, parece que de la casa matriz van a enviar expertos a que se ocupen, imaginate vos, lo que significaría una intervención a esta sucursal. Geraldine cruza de Ozonoterapia e ingresa a Podología. Tendríamos al Gran Hermano hasta en el baño, sobre todo con las ganas que tienen de reducir el personal, ¿vos comprendés la gravedad, no? Un zumbido señala el llamado desde el 19º. Geraldine corre con el brazo en alto, agitando una pulsera de enormes y groseras piedras negras separadas por bolillitas doradas. Mientras cierran las puertas aún se escucha la voz de Roberto suplicante: Fijate vos, Rogelio, hacé lo que puedas, pero tratá de darnos una mano... Ya iniciado el descenso y observando la pulsera, ella dice: El delegado me asegura que hay un límite ético y legal, pero que servilismo no, ¿a vos te parece que estos abusos se podrían encasillar dentro del término servilismo?

18.02
Vestuario.
La única música que se percibe entre las paredes azulejadas es el uniforme y aburrido repiquetear de las duchas.
Vuelve a estirarse frente al armario, ahora para enganchar la percha con el uniforme en el barral, sacude la manga que queda hacia afuera, alisa una arruga en la tapa del bolsillo, acomoda la gorra en el fondo del armario, boca arriba para que ventile durante la noche. Desarma la combinación del candado, y sale. Ya quedan pocas posibilidades de cruzar a Kaplinsky. Esta vuelta de pasillo a la izquierda. Ahora cinco pasos a la derecha, ahí al frente está el reloj, vecino a la cabina de vigilancia con Mondragón dentro, el reemplazante de Palacios. Introduce su ficha en la abertura y la hunde. Hasta mañana Mondragón, hasta mañana Kaplinsky. Avisarle a Chloe, muy importante. La cartulina le vibra en los dedos durante el trac crak de la impresión. La retira y lee impreso: 18.07. Observa el visor digital: 18.04.

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