miércoles, 1 de junio de 2011

Inédito encuentro con Tomasa

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por María Domingo

       Hoy he salido de compras. Es sábado por la mañana. Hace un día precioso. Las calles saturadas de gente, miran los animados escaparates.
       Voy en busca de una amiga. He quedado con ella en una moderna cafetería.
       Distingo una buena mujer vestida de negro. Le embarga un gesto grisáceo y triste. En su rostro se detecta sufrimiento marcado en sus pliegues las penurias que la vida le ha regalado. Parece perdida entre el gentío. Se mueve con indecisión.
       Alza su mirada hacia mí. Creo que ha detectado mi presencia. Esboza una linda sonrisa, la cual ha humedecido mis sentidos. Se aproxima y me susurra:
       ―Por favor, ¿puedes indicarme el camino para ir a mi casa?
He sentido un hachazo en mi magullado corazón.
Un nudo en mi garganta impedía que mi voz surgiera al exterior. Mi tristeza marcó el espejo de mi alma.
       Creo oportuno mostrar naturalidad y afecto ante aquella dulce mujer, a pesar de mi bloqueo confuso.
       ―¿Está sola?
       ―Creo que sí ―contestó.
―No sé preocupe. Yo la ayudaré a volver a su casa.
Ignorante de cómo salir de tan caótica situación, lo principal, inicialmente es calmarla, luego ya veré como salir de semejante embrollo.
       ―¿Cómo se llama?
       ―Creo… Tomasa
       ―Bueno no importa, que más da el nombre.
       ―¿Tiene hijos?
       ―Sí.
       ―¿Cómo es su casa?
       ―Muy bonita. Vivo con mucha gente de mi edad. ¡Ah no! ¡Esa no! Quiero ir a la de mis padres, mi madre me espera a comer.
       ―¿Dónde están sus hijos?
       ―No lo sé. Me acuerdo mucho de mi madre. ¿Puedes llevarme con ella?
       Comienzo a encajar las piezas de un puzzle del cual desconozco, pero a la vez que tranquiliza a Tomasa me orienta para recomponerlo.
       ―¿En su casa hay algún jardín? ¿Salen de paseo?
       ―En la de mi madre no. Pero ¡Sí! veo un bonito césped. Paseamos, algunos en sus sillas de ruedas.
       ―¿Cómo te llamas, maja? – Insinuó Tomasa
       ―Micaela.
       ―¡Ah!
       Ya tengo datos suficientes. Por lo menos se me ha ocurrido una posible solución, para ayudar a Tomasa.
       ―¿Cómo te llamas, maja?
       ―Micaela, ya se lo he dicho, ¿no lo recuerda?
       ―¡Ah sí!
       Vamos a ir a un lugar, que le va a encantar, venga conmigo, vera...
       Caminamos, dialogamos ambas, ella disfruta de mis preguntas, pese a que muchas no puede responderme, pero sigue mi dialogo o por lo menos eso intenta. Tomo conciencia de cada detalle de la cálida tertulia, me intriga enormemente su actitud. Ansiosa por proteger a esa entrañable mujer.
       Ella, en su dulce ignorancia me aporta una sensación única, peculiar. En mi descubrimiento mientras charlo. Detecto anhelo desmesurado por llegar a su destino, a su afable casa.
       Llegamos a una calle ancha y soleada. Una casa grande con una entrada con escaleras y una rampa. Por la expresión de Tomasa observo que aterrizamos en su domicilio.
Sale una señorita con un pijama blanco, se trata de una de las cuidadoras.
       ―¡Tomasa! ¿Dónde te has metido? ¡Granuja! ¡Te has escapado otra vez!
       Sosegada, un aroma con leves pinceladas de tranquilidad acaricia mi alma.
       Contemplo a Tomasa. Le invade una expresión apagada, sus ojos brillan húmedos, espolvorean unas gotas de desaliento.
       ―Tranquila cariño. – Le coge de la mano la muchacha y se pierden en la claridad de una alegre galería.
       ―Espera un momento―me indican.
       Se presenta una mujer de mediana edad, alta y muy espabilada.
       ―Hola soy la directora del centro. Quiero darte las gracias.
Tomasa es muy inteligente. Busca continuamente la forma de salir. Han salido al paseo y se ha escondido. ¡Menudo disgusto! Muchas gracias, de nuevo.
       ―No sé preocupe. Mis deseos se han centrado en descubrir su paradero. Sin datos, no es apropiado abandonarla.
       ―¿Cómo has sabido que. ?
       ―He seguido su pista. En su amable compañía he detectado pequeños detalles. Sus cometarios repetitivos han sido una pista que me ha llevado a ver que está en una fase de su enfermedad primaria y su viaje por su niñez ha sido la clave. La forma de hablar de su casa me ha traído hasta aquí.
       ―La verdad me ha impresionado, ¡Estoy fascinada! –Exclamo la Directora del centro.
       Percibo la emoción acumulada en aquellas acogedoras palabras y le expreso mis impresiones.
       ―Me ha regalado un apasionante paseo. Seducida por su ignorancia e olvidadizos detalles momentáneos, ha calado en mi esencia su ternura. Dándome vida, porque he visto en sus ojos esperanza al sentir mi compañía y apoyo. He intentado colarme en sus sentimientos, y he descubierto a un personaje que la acapara, el Alzheimer.

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