miércoles, 1 de junio de 2011

La urna

por Roberto C

     Es sábado por la tarde, estás en tu casa y te preparas para reposar la comida tomando una siesta; el vino que con que acompañaste tus filetes te mantiene adormilado. De súbito suena el teléfono...
     —Diga...
     —Hola, Luis, habla Rafael. Te llamo para decirte que el marido de Ángela acaba de fallecer...
     —¿?
     —Lo velan en la agencia Las Villas de San Jerónimo.
     Aturdido por la noticia, como acto reflejo miras tu reloj; son apenas las seis y media de la tarde: muy temprano para lo que te espera de día.
     —Qué le pasó?
     —¿Te acuerdas?, andaba muy enfermo y, pues ni modo, no aguantó. ¿Vas a ir?
     —Sí, pero más tarde.
     —Todavía tienen que prepararlo y eso tarda como tres horas. Nos vemos en la agencia como a las diez.
     —Bueno, no vemos.
     No asimilas bien la noticia, te impresionó más la llamada fuera de la rutina que la noticia misma: tu fin de semana de asueto expiró.
     Decides descansar un rato antes de ir, sabes que tendrás que estar despierto hasta entrada la madrugada...
      Son las ocho de la noche, despiertas de tu siesta y te arreglas con ropa para funeral: pantalón gris, camisa blanca, saco negro, sin corbata (no quieres parecer demasiado formal). Sales en tu auto rumbo a la agencia, pasas por ahí todas las mañanas cuando vas al trabajo, tomas la misma ruta, como animal de costumbres, hasta ahora haces conciencia de la funeraria, no habías imaginado que serías visitante. Llegas demasiado rápido, entre semana tardas casi una hora y hoy lo hiciste en 20 minutos. —Si siempre estuviera así— murmuras.
      Dejas tu auto con el “valet” y buscas el directorio. Tienes que subir al segundo piso, sala once. Tomas el elevador, vas solo, tu imagen se refleja al infinito en los espejos encontrados. La puerta abre hacia un gran salón recibidor. Un cubo de luz con una gran bóveda al centro limita cuatro pasillos a su derredor. Sales y quedas admirado por la decoración general. Te asomas por el barandal y miras el piso de mármol de la planta baja. Oscuras puertas corredizas con vitrales en cristal biselado transparente con figuras geométricas te rodean, soberbia elegancia. Buscas la sala once, está al lado de la cafetería. Entras y no ves a nadie conocido. Sólo algunos cariacontecidos sentados en una salita de recepción
      —Buenas noches, dices a todos y a ninguno
      —Buenas noches, te contestan por compromiso.
      Cruzas hasta la sala principal y te sientas en un gran sofá de cuero marrón.
      De otra sala como cubículo sale Ángela; al verte hace una mueca que quiere ser una sonrisa. Se te acerca y no te das cuenta que ya te tiene abrazado, sollozando en tu hombro. No entiendes lo que dice; mascullas algo que ni tú mismo sabes qué significa. En tu auxilio llega otro visitante y Ángela te libera.
      Te acomodas en solitario en una butaca hasta el fondo de la capilla a media luz, pero mirando directo al velatorio. Todavía no traen el ataúd. Tampoco hay flores. No quieres comprar un ramo, se vería ridículo entre tanta soledad. Los cirios son lámparas de neón que parecen llamas movidas por el viento. Quedas hipnotizado por las flamas eléctricas. No te das cuenta de que tu amigo Rafael te está saludando.
      —Qué onda, Luis, hazme caso
      —¡Ah!, disculpa, no te había visto. ¿Cómo estás?
      —Más o menos. Qué mala onda, ¿no?
      —Psss, suele suceder
      Empieza a reunirse más gente, miras el reloj: pasadas de las once...
      Ves grupos de tres, cuatro, por todos lados; unos, solemnes hablan a media voz, mientras que otros, como si estuvieran de fiesta. Caminas entre ellos para enterarte de qué hablan. Con los que te conocen intercambias saludos breves. Te preguntas cuándo traerán el féretro. Nadie parece extrañarlo.
La base del velatorio se llena con arreglos florales, no te diste cuenta cómo lo fueron cubriendo; ahora sería ridículo traer tu insignificante ramo. De pronto descubres una pequeña computadora portátil que presenta escenas de la vida del fallecido. Te quedas mirando el avance de las fotografías: de vacaciones, en su trabajo, en fiestas.
      —Cómo han cambiado los funerales. Le comentas a Rafael.
      —¿Qué dices?— responde distraído, viendo a unas jóvenes reunidas como si estuvieran en una disco, de riguroso luto, pero relumbrantes de pedrerías de fantasía y dejando mucho a la imaginación.
      —Que cómo han cambiado las costumbres: no hay muerto presente, pasan un show en una PC; la gente, como de fiesta: sólo falta la rifa y al alipúz, Cómo te envidio, Chava. Yo ya me voy y regreso a la incineración— dices con evidente enfado.
      —Me despides de los demás. Abandonando la capilla.
      Te cuesta trabajo salir, por todos lados hay grupos platicando, contando chistes, muy pocos conmovidos; la mayoría están más por obligación que por solidaridad con los deudos. De seguro al salir se van a un antro — sigues pensando.
      En la salida tropiezas con otros visitantes. No soportas el ambiente festivo de la concurrencia. Regresas malhumorado a tu casa. Confirmas que ya no hay respeto para la gente, no encuentras a Ángela para despedirte.


      No has dormido pero te levantas tarde, tienes que regresar a la agencia; te bañas esperando que el agua fría te reanime. Decides darte una ducha caliente. Te arreglas de una manera informal aunque respetando los colores. Te vistes de pana azul marino.
      Desayunas ligero, esperas que la cremación no tarde mucho y puedas comer las codornices que tanto te gustan acompañadas de un vaso de vino blanco. Llegas a la funeraria y te extraña que el estacionamiento esté casi vacío. Te diriges a la capilla y encuentras que la ceremonia ya ha terminado. Buscas a Rafael y a Ángela, Los encuentras rodeados de otros amigos que ya se despiden. Ángela tiene una urna en sus manos. Te sorprende verla muy elegante, su cara no refleja cansancio, ha de haberse dormido en su casa. Sólo tiene los ojos enrojecido por el llanto
      —¿Qué vas a hacer con las cenizas? Le dices
      —Llevarlas a casa
      —¿Estás segura? ¿No sería mejor ponerlas en un nicho en una iglesia?
      —No
      —¿De veras? Tómalo con calma y piénsalo
      —Ya lo decidí
      —¿Mmm y?
      —¿Y qué tal que yo quiero que sea mi fantasma?

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