miércoles, 1 de junio de 2011

Mujer de macetas llevar

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por Antonio

I
     Sos un perrito de tres colores, de tres distintos azules o de dos rojos y un verde. Pero no semáforo, sino de tonos lisos y difusos, como un ladrido cortito tipo pequinés, de esos que son puros saltos. No es para que lo tomes a mal. Ojalá yo fuera un bicho tan alegre. Soy más como un gato morrudo, de esos de entrecejo que miran cuando venís de lejos, listos para esquivarte, pero solo para junarte de un poco más allá... no perderte de vista... gato espiador. Pero no estábamos hablando de yo bicho. Estábamos en vos sol. ¿Sabías que difícil es acercarse y alejarse? No sonrías… sos más linda así... y entonces ya no te puedo decir más nada.  

II
 
    El otro día estaba acomodando un macetero en el living, medio en cuclillas. Entonces pasaste, sonreíste y saludaste... Levantando un brazo, lo llevaste de punta a punta, tipo señal de banderas... Cuando desapareciste por el lado derecho del ventanal grande, solo se vio tu mano, algo así como casi un segundo… Después solo quedé yo, viendo el recuerdo de ahí, de recién, saludando... Hasta que vino un perro cusco de esos oliendo jardines y me meó las caléndulas.


III

    Me encantó ayer el jean de las flores... Eran como dos macetas a tu lado, más bien dos macetas que te seguían.
Osvaldo dice: ridícula… Yo, que sos alegre. Además... además nada, son tus pantalones y son como tu sonrisa.
    Quizás dirías que voy muy lejos, pero los imaginé hechos un bollo, las flores sobresaliendo desde abajo de mi cama, al lado de mis mocasines negros y esa remera del mundial de Francia… Vestías solo tu sonrisa, en esas posiciones de las modelos, donde no se sabe si está sin ropa o solo escondiéndola... Y no, por más que me gustaría, no te veo desnuda.


IV

    Hoy es marzo. Siento que las hojas empiezan a amarillear y que el frío me apachurra un poco. Con los binoculares de mi tío te seguí cinco cuadras... después doblaste. Es raro ver que no sonreís. Digamos que cuando andás por ahí, de lejos, no sos vos y tu sonrisa. Solo una chica casi bonita, casi seria. Hay que tener en cuenta que yo veía que te ibas. Y ni siquiera te seguían tus macetas.


Final

    La cosa empezó casi como un favor. La Vasca, del almacén La Covadonga del Valle, decidió que cuatro años de luto eran demasiados. Primero había trabajado como autómata. La partida del Vasco había sido muy dura. Después había trabajado como una marrana, el bajón anímico, menos la polenta que le ponía su marido, habían dejado al boliche casi en la ruina. Ahora que más o menos se había recuperado, decidió que venían vacaciones. Una semana, mínimo. Le pidió a Vero que la cubriera.
– No te voy a mentir, no te puedo pagar mucho. Es más si me quedo en la playa siete días, no te puedo pagar nada hasta que no cobren los municipales. Pero si no se desbandan las viejas no va a haber problemas. Tratalas bien que ellas no sacan fiado. Ah, te dejo una lista de los que no les podés fiar ni el aire, ojo con esos.
    El primer día se aburrió mortalmente. Era cierto que no sobraba la plata. Tampoco compraban mucho las viejas. Y era 22 del mes. Cuando cerró se apareció por la esquina de siempre. No se le escapaba una alegría y eso nos dejó bastante preocupados. Ya dije que ella es su sonrisa. Al otro día sin mediar acuerdo todos fuimos a hacer los mandados a lo de la Vasca. Es más, alguno se quedó a cebarle mate. Como había gente todo el tiempo, una vieja se cruzó a preguntar si había alguna oferta. En realidad vino a bichar para después contarle a la patrona. Pero la Vero la acomodó. Revoleó los ojos para ver las latas con más tierra. “Hay de oferta empanadas de vigilia”, le mandó. Y le empezó a hablar de las bondades de los peces, el omega 6, el 7, el 8 y el 9. La remató con que Jesus no multiplicó vacas precisamente. Le hizo un precio combo, que incluyó empanadas de humita para mañana. La vieja la pensó, pero al final llevó todo... era la primera vez que había una oferta en La Covadonga. Le pasó el dato a la hermana por teléfono. Para las cinco no tenía más atún, a las siete y cuarto vendió la última caballa. Saltaba de alegría. En el segundo día había quintuplicado la caja.
    La verdad era de no creer. Me había reservado el último turno para cebar mate así nos íbamos juntos. Entonces como golpe de gracia, cayó por el boliche el hijo de Gutiérrez, el del mercadito de la plaza. Se ve que les había llegado el rumor pero no esperaba encontrarse con nosotros, sino con la Vasca, que no lo conocía. Saludó y preguntó por la dueña. Era hacer tiempo nomás. Ya estaba descubierto. Vero dijo que había ido a hablar por teléfono. Agregó que a un proveedor. Y a boca de jarro le preguntó si venía por la oferta. Él dudó... dijo que buscaba pan. Era para morirse de risa, en su local tienen panadería y todo. “No te puedo creer que se quedaron sin pan para la cena. ¿De ningún tipo...? Mirá, el único que tengo es este lactal. Llevalo y después lo pagás, que no sé el precio.” El pobre se batió en retirada. No tenía muchas luces. De más está decir que al otro día se lo cobró el doble. Ni chistó.
    Cerró y nos quedamos. Preparó unos regios sándwiches con el pan que no le había vendido al otro y se puso a controlar todo. El curro del atún iba a ser difícil de repetir. Se fue atrás y se puso a revolver las cajas. Media escondida encontró una caja de jardineras. Para ensalada ya estaba fresco. Las apiló en el mostrador en forma de piramide. Cortó una caja y le puso el cartel. Decía guiso a la francesa. La miré. “Es con crema y papitas noisette... pero sale igual de rico con papas en daditos.”
     Como estaba tan contenta fuimos a tomar un helado. Limón y frutilla. Le gustaba pedir eso. Lo mio era dulce de leche y dulce de leche. Le dije que me gustaba la camisa y dio una vueltita antes de sentarse. Se reia, nada que ver con ayer. “Después vamos a ver a los chicos”, decidió. Nunca podía hablar mucho con ella, es un torbellino de palabras. Al menos los helados los tomaba conmigo.
     Fue una semana linda, porque con sus curros estaba vendiendo mejor que la Vasca. Es más, cuando se enteró se quedó una semana más en la playa. El lunes me dijo que si iba todos los días la iba a tener que ayudar. Y yo respondí que si la ayudaba, ella tenía que ser mi novia. Me salió así. Se puso a mirarme detenidamente. Me contestó que si no la ayudaba “al menos que los mates estuvieran calientes”. Fue como un balde de agua fría.
     A decir verdad cuando lo pensé cinco minutos no me pareció tan mala su contestación. No me había echado, me había pedido ayuda... solo me preocupaba que estaba muy seria. Seguimos así hasta las once y cuarto. Cuando se llenó me baje de una silla escalera donde me sentaba y empecé a atender. Yo despachaba, ella cobraba. Cuando quise acordar había un chiquito nomas, que compraba caramelos para la escuela. Eran las 12:55. No teníamos mucha variedad, así que se llevó todo masticables. Verónica le regaló un chupetín de coca cola. A los cinco minutos apareció con un mate espumoso. Estaba más que contenta... Sin perder la sonrisa me aclaró que esto no la hacía mi novia. Y me besó.

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